El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

domingo, 26 de octubre de 2014

Violencia de todo género

La comisaría emanaba una atmósfera sórdida y decadente. Me había costado un esfuerzo enorme llegar hasta su puerta y cruzar el umbral. La mirada escrutadora de sospecha permanente del policía de guardia había consumido el escaso valor acumulado para la difícil decisión.
Una luz macilenta, de bombilla cansada de presenciar miserias humanas, intentaba alumbrar el recinto. El gastado suelo, de anciana madera sedienta de barniz, gemía gris bajo los pasos pocos, pero eternos— que me separaban de una desvencijada mesa. Tras ella, la mirada de otro policía se me clavaba desde la aspillera horizontal de sus párpados, condenándome por cualquier posible delito mientras escrutaba mi cuerpo de arriba a abajo.
¿Qué desea?
  Verá… No quiero molestar… Puedo volver otro día…
  ¡Que ¿qué desea?!
  Pues… con el debido respeto… Quería denunciar...
  ¡Ah! Bueno… Entonces, siéntese y espere. El señor comisario le atenderá. Y su mirada perdió todo interés por mí.
El banco, pegado a la pared y de madera gemela a la de la mesa, era incómodo, pero mucho menos que la presencia del hombre, sucio y mal afeitado, que, sentado en un extremo, permanecía inmóvil, como fabricado sobre el propio mueble.
Yo no sentía cansancio, pero lo de “siéntese y espere” había sonado más a orden inapelable que a invitación de una cortesía impensable en aquel lugar que las buenas costumbres populares aconsejaban evitar.
Al poco, perdí la noción del tiempo.
  ¡Ya puede pasar! —La orden sonó como un pistoletazo. Perdí unos segundos tratando de adivinar si se dirigía a mí o a mi vecino de banco que ni siquiera pestañeó. Él no esperaba ser convocado.
  ¡He dicho que pase! ¿No me ha oído? Ahora no dudé, la autoridad en aquel pequeño territorio, se dirigía a mí.
Musitando humildes disculpas, me encaminé a la puerta —que me parecía enorme— señalada por el rígido mentón del policía.
Instantes después estaba ante la imponente figura del comisario. Esperé un tiempo amorfo. Cuando ya había agotado mis destemplados nervios, me habló a través de sus gafas oscuras de gruesa montura negra.
  ¿Qué se le ofrece?
 “Ojalá que protección” —casi contesto—, pero me limité a resumir el infierno de mis años de matrimonio. Enumeré los golpes, vejaciones, insultos, humillaciones y menosprecios… En fin, todas las torturas que había soportado y ya no podía resistir ni un día más.
El comisario me escuchaba sorprendido, hasta que, en tono iracundo, me espetó:
  ¡¡Pero ¿es que no tiene usted huevos? hombre de Dios!! ¡Reaccione, coño, que estamos en los 60 y es usted quien lleva los pantalones! ¡¡No me sea calzonazos!! Suéltele dos hostias a su mujer y no me moleste más ¡coño!

FRM [agosto 2005]

(Imagen de archivo)

3 comentarios:

  1. Fátima Reyes García26 de octubre de 2014, 19:19

    El relato es fantástico y el trasfondo...toda una historia de represiones,hipocresías y controversias...¡cuánto daño se ha hecho con el dichoso tópico de la supremacía del macho!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Fátima. "Supremacía" paradójicamente fomentada, transmitida y perpetuada por una educación familiar fundamentalmente matriarcal.

      Eliminar
  2. Fátima Reyes García27 de octubre de 2014, 19:35

    Pos si...

    ResponderEliminar