El Rincón del Nómada

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La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

martes, 24 de noviembre de 2015

La muerte de un Señor de Quinta

Portada de la primera edición de la novela comentada


Diego Armario, el autor
Hay obras literarias cuyo hallazgo me reafirman en la convicción de que leer es uno de los mayores placeres al alcance de mis posibilidades.

Éste ha sido el caso de la primera novela, que no primer libro, escrita por mi admirado amigo Diego Armario López. Se trata de "La muerte de un Señor de Quinta", cuya primera edición se produjo en enero de 2004, tras quedar finalista en el premio Fernando Lara 2003. Esperemos que muy pronto vea la luz una merecida reedición.

Hace ya varios días que terminé de devorarla con la avidez que me estimuló su arranque violento y trepidante. Como le comenté al autor, es una novela valiente y provocadora que "engancha", porque empieza donde y como otras terminan. Prometí a Diego escribir mi opinión, y voy a tratar de enfrentarme al difícil reto de hacerlo sin desvelar nada sustancial de la apasionante trama, conducida con la habilidad de un cronista con muchas plumas gastadas en el ejercicio de un excelente periodismo.

Debo confesar que, después de "El club de las amantes impacientes", ésta es tan sólo la segunda novela que leo del autor de ambas, al que sigo hace mucho en su faceta periodística. Y nuevamente me ha sorprendido el hábil manejo que hace de la psicología de los personajes. Con precisión de cirujano perfila las almas de los protagonistas en una obra coral en la que intervienen muchas y variadas personalidades, a cual más compleja, lo que pone de manifiesto las enormes dotes que Diego Armario posee para calar en lo más hondo de las personas y extraer los pigmentos con los que matiza sutilmente la gama cromática de las diferencias importantes que subyacen en comportamientos aparentemente similares.

No tiene gran importancia el lugar geográfico en el que el autor sitúa la acción, la sociedad rural sudamericana, porque el mensaje que transmite podría situarse en cualquier tiempo y espacio, puesto que, como describe el primer párrafo del prólogo: "En cualquier lugar del mundo, por muy cercano o lejano que esté de donde nosotros vivimos y aunque no lo sepamos, siempre hay un abusador impune".

Tremenda sentencia que, desgraciadamente, la realidad confirma una y otra vez, a pesar de hacerlo de variadas formas diferentes.

Pero es que lo importante del fondo de la novela, radica en ese crudo mensaje y en sus consecuencias. A la vez que pone de manifiesto la inerme indefensión de los colectivos largamente sometidos a omnímodos poderes incuestionables que terminan aceptando cualquier dictadura, porque "así son las cosas y su orden natural". Odian y se avergüenzan de la represión y abusos que se les imponen, pero son incapaces de actuar con libertad, cuando tienen la ocasión de hacerlo, por el miedo de asumir responsabilidades individuales. Es más cómodo mirar para otro lado y seguir sojuzgados. Un patético retrato en el que los hombres salen muy mal parados... Porque, casi podría decirse que estamos ante una obra con trasfondo de reivindicación feminista, en un contexto caciquil donde el abuso sexual es la norma; el derecho de pernada elevado a regla permanente en pleno siglo XX, con la aceptación timorata y vergonzante de los hombres incapaces de rebelarse contra la humillante costumbre.

Son las mujeres las que tienen un decidido y marcado protagonismo en la escritura de la partitura sinfónica que se interpreta en la novela, desde el brutal, cruel y salvaje principio hasta el inesperado final. Una melodía que suena con el intenso y acre sabor de la justa venganza, dejando pequeño al Conde de Montecristo, paradigma de ese sentimiento en mi imaginario, desde que leí la gran obra de Dumas.

Estamos ante la historia de un pueblo, realmente toda una comarca, dominada por el sistema feudal ancestral del poderío absoluto de los sucesivos Señores de Quinta que, cual monarquía instaurada y mantenida a sangre y fuego, van heredando plena y abusiva posesión sobre las vidas y haciendas de sus vasallos, como miserables y crueles dictadores consentidos y asumidos.

Desde esa posición de dominio absoluto, los Señores de Quinta ejercen toda clase de violaciones y violencias sobre la población, sin que ésta se sienta capaz de hacer nada para modificar tan aberrante estado de cosas. El poder del miedo a enfrentarse a un sistema que se perpetúa por inercia gracias a ello.

Hasta que un buen día, las mujeres actúan por iniciativa propia y con refinada crueldad... El error del peor de los Señores de Quinta, Nacho Murrieta, fue abusar de la mujer equivocada. Y lo pagó.

Aquí me detengo, porque lo que sigue tiene su respuesta en el primer capítulo y he prometido no desvelar nada que pueda privar de su propio placer a otros lectores.

Sólo me gustaría añadir que la habilidad e inteligencia del autor enriquece la obra con un final en el que aporta las claves de los acontecimientos que conducen al nacimiento y creación de un mito legendario, cuyo diseño y construcción es imprescindible para conseguir los objetivos liberadores de la población afectada. Una aportación interesantísima que remata mejor que bien una novela que nada tiene que envidiar a alguna de Mario Puzo en la que retrata la Sicilia profunda.

Finalizo esta breve reseña con las tres citas que encabezan la portadilla de la novela, porque su acertada elección resume mucho mejor que mis palabras, el contenido e intención de la obra.

"Las personas son como la luna:  Siempre tienen un lado oculto que no enseñan a nadie". (Mark Twain)

"En la venganza, el débil es siempre el más feroz". (Reugesem)

"Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón". (Jacinto Benavente)

Una vez más, gracias, Diego Armario, por el buen rato que me has hecho pasar con este canto al precio de la libertad y los sueños realizables.

FRM [23/11/2015]

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